Medusa, asérrima contrincante mostró sus fauces misteriosas ante la mirada celosa de Neptuno, oh dios todopoderoso de las profundidades del Mediterráneo.
Cantábricas manifestaciónes de júbilo triunfal se desplazaban rumbo a la plaza mayor. El hijo pródigo había regresado indemne de su periplo incierto.
Y con él trajo cuantiosos y áuricos trofeos conseguidos en olímpicas fiestas taurinas celebradas a orillas del Tibris, donde nunca faltó dulce vino, icor preciado.